Alfredo
Perez-Rubalcaba
Mentiras
La
lectura de los periódicos en estos últimos días me ha devuelto a mis años en el
Ministerio del Interior. El movimiento 15M ha cumplido cinco años, y con ese
motivo se han recuperado imágenes, se han expuesto análisis y se han atribuido
paternidades. Pasados cinco años a nadie del PP se le ha ocurrido reiterar lo
que algunos de sus más procaces portavoces difundieron aquéllos días: que el
15M lo había montado yo.
Debo
decir que no me molesté en desmentirlo. Me parecía que nadie podía creerse
semejante patraña. Estaba equivocado: hoy, todavía, hay quien lo sigue
manteniendo. Más enjundia tenían las acusaciones que también recibí, esta vez
incluso de la cúpula del propio PP, de permisividad con las acampadas. El
Gobierno, decían entonces, tenía la obligación de impedir la ocupación ilegal
de los espacios públicos. Ahí sí que había una razón para la crítica política,
entendida como aquella que nace de una disparidad de criterios sobre cómo
abordar algunos temas cruciales de gestión pública. Porque más allá de las
razones jurídicas que a unos, el PP, y a otros, el Gobierno, nos asistían para
defender una determinada actuación de las fuerzas de seguridad, más allá incluso
de la sensata valoración de estas misma fuerzas que recomendaba la prudencia y
mesura en el manejo de una dificilísima situación, más allá repito, había una
valoración política sobre lo que estaba sucediendo.
Para
un amplio sector de la derecha española nos encontrábamos ante un problema
exclusivamente de orden público. Para el gobierno en el que yo me encontraba en
aquél momento, el movimiento 15M era la expresión de un sentimiento muy amplio
de crítica, de rechazo, por qué no decirlo, de políticas y políticos, que
merecía un tratamiento exquisito por parte de las instituciones democráticas,
empezando por las fuerzas encargadas de velar por la seguridad y la libertad,
por la libertad y la seguridad de los ciudadanos. Como dije entonces, lo que el
Gobierno tenía que hacer en aquél momento no era disolver, sino escuchar.
Esta
semana, el juez José de la Mata, de la Audiencia Nacional, ha impuesto una
fianza de 1,2 millones de euros al PP para cubrir sus responsabilidades civiles
en el denominado 'caso Bárcenas', que se sigue por la presunta existencia de
una caja b en ese partido durante los últimos veinte años. Se trata de una de las
cabezas de esa hidra judicial en la que se ha convertido el 'caso Gürtel' que
estalló allá por el año 2009, cuando yo me encontraba al frente del Ministerio
del Interior.
Lo que el Gobierno tenía que hacer en
aquél momento no era disolver, sino escuchar
Pocos
días después de ese estallido, concretamente el 11 de febrero del año 2009,
Mariano Rajoy reunió a toda la cúpula del PP, con foto de grupo incluida, para
denunciar enfáticamente que aquella operación no era una trama del PP, sino una
trama contra el PP. El Presidente del PP marcó la línea y muchos de los
dirigentes de ese partido se apresuraron a seguirla con entusiasmo. Lo recuerdo
bien: en las radios, en las televisiones, en el propio Parlamento no
transcurría día sin que alguien del Partido Popular saliera a acusar gravemente
al Gobierno y, más en concreto, al Ministro del Interior de azuzar a la fuerzas
de seguridad contra el primer partido de la oposición. Escribiendo estas líneas
recordaba que ese mismo verano la Secretaria general del PP, Dolores de
Cospedal, irrumpió en la tranquilidad veraniega de los españoles para acusar
desde un chiringuito de una playa del sur de España a todos: jueces , fiscales,
policías y, claro está, al Gobierno socialista, de intentar acabar con el PP.
Siempre
pensé, de hecho así lo dije, que se trataba de una línea de defensa que
intentaba amedrentar a quienes de forma exquisitamente profesional estaban
desarrollando la investigación sobre la que hoy sabemos que constituye la trama
de corrupción ligada directamente a un partido político más extensa que ha
conocido la democracia española.
Hoy,
recordando estas cosas, me preguntaba cuántos dirigentes del PP de los que me
acusaban con fruición hace cinco años de estar detrás del 15M se lo creían de
verdad. O cuántos de los que acompañaron a Rajoy en la foto del 11 de febrero
del 2009 ignoraban lo que había pasado durante años en las finanzas del PP. Y
me contesto a mí mismo: uno o ninguno. Mentir es lo que hizo el PP en estos dos
asuntos, de forma sistemática, hasta convertir la mentira en un instrumento
central de su estrategia política.
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