Desde la irrupción de Podemos se oyen como rumores de crítica desde la llamada extrema izquierda en torno al lenguaje. Digo que son rumores porque no se traducen en críticas mayoritarias de ningún partido ni en tesis más o menos estructuradas. Son estallidos de rabia espontáneos de quienes ven que con sus métodos no enamoran ni a su madre mientras que otros han entendido muy bien el contexto político y social del país.
Pero, ¿por qué usar un lenguaje distinto al de la izquierda de toda la vida? Es lo que me propongo explicar en este artículo. Veamos por qué es mejor hablar de casta que de burguesía.
El debate como campo de batalla
Para entender las cosas lo mejor es poner metáforas que todo el mundo entiende. Para hablar del lenguaje me gusta usar el ejemplo de un campo de batalla.
En este campo de batalla hay dos trincheras. En una tenemos a un grupo político y en otra a otro grupo político. Ambos grupos de soldados tienen distintos proyectos para la sociedad y distintas visiones del mundo. Su objetivo es, ya no matar al adversario, sino convertirle en algo insignificante. Para ello cuenta con una serie de armas, que son lo que denominaré 'cosas'.
¿Qué son estas cosas, que en mi métafora están representadas por las armas? No tiene aquí el sentido habitual de la palabra. En nuestra vida cotidiana una cosa lo es todo: una mesa, un sentimiento, un animal etc. Pero en este artículo vamos a olvidar ese sentido por un momento. Aquí las cosas son palabras, términos, símbolos, gestos, formas de vestir, hechos históricos, ejemplos, personajes públicos... En definitiva estas armas son todo lo que puede utilizarse en un debate.
La batalla ideológica consiste en la apropiación de estas armas (cosas) y su correcta utilización en la lucha (discursiva) contra el enemigo político.
Cosas valoradas, cosas no valoradas y cosas en disputa
Pero claro, no todas las palabras, términos, personajes públicos etc. tienen el mismo valor. Por ejemplo, la palabra democracia es una cosa valorada y la palabra dictadura es una cosa no valorada. A nadie en su sano juicio se le ocurre ir a un debate público a defender una dictadura, ni siquiera aunque realmente la defienda en su interior.
Tenemos pues que hay cosas valoradas y cosas no valoradas. Un personaje público no valorado podría ser Adolf Hitler, mientras que un personaje público valorado podría ser Jesucristo. Por tanto Hitler es una cosa no valorada y Jesucristo una cosa valorada. Nadie debe defender a Hitler en un debate, pero si se puede utilizar a Jesucristo (especialmente ante una audiencia cristiana).
Dentro de las cosas no valoradas no sólo encontramos cosas mal valoradas, sino también cosas que no se valoran. Es decir, cosas que no existen en el debate político y que por tanto nadie valora ni bien ni mal. Por ejemplo, la palabra proletariado no es una cosa buena ni mala, es una cosa no valorada porque a la gente no le resulta corriente.
Por otro lado, ¿qué pasa cuando una cosa no es ni valorada ni no valorada? Pensemos por ejemplo en un país en el cual el 50% de la gente es monárquica y el otro 50% es republicana. En ese caso, ¿la palabra república está valorada o no? Sí y no. Sí está valorada por la mitad de la población, pero no por la mitad restante. Es pues una cosa en disputa. Los contrincantes políticos disputan la cosa para hacerla buena (o mala) a los ojos del público. Quien consiga hacerla más atractiva ganará.
Veamos un esquema para resumir los tipos de cosas:
Creo que los ejemplos son bastante claros. Un personaje como Martin Luther King (luchador por los derechos civiles de los afroamericanos) es evidentemente muy valorado hoy en día. Por tanto no es mala idea citarle en un debate o apelar a su herencia para defender una política. En cambio, defender por ejemplo a Iosif Stalin equivale a perder directamente la contienda, dado que es un personaje muy mal valorado actualmente.
Como ejemplo de cosa en disputa he puesto el feminismo, porque pese a lo que alguno pudiera pensar no es en absoluto algo valorado sino que encuentra bastantes críticas (críticas machistas, claro). Muchas veces las y los feministas deciden abandonar este término y cambiarlo por una cosa valorada, como la igualdad. Siempre oímos que "el feminismo es igualdad" o "lo que defendemos es simplemente la igualdad de género". Se rehuye de un término en disputa y se va a lo fácil.
En este ámbito hay que ser realistas, es decir, hay que ver las cosas como son. Alguno podrá venir y decirme que si Stalin o burguesía son términos no valorados es por culpa de la propaganda capitalista que nos ha adoctrinado a todos. Vale, muy bien, pero el caso es que esa batalla la han ganado y no podemos hacer nada por ello. No sigamos anclados en términos que se representan como negativos o anticuados en la arena política porque eso implica perder. Veamos la realidad como es, no como debería ser o como nos gustaría que fuera.
Esta crítica desde la izquierda nos lleva a nuestro siguiente punto: qué hacer con las cosas valoradas y las cosas no valoradas. De nuevo aquí necesitamos un par de esquemas para que todo quede bien claro.
En primer lugar, veamos nuestras posibilidades con una cosa valorada (la democracia, por ejemplo)
Tenemos dos opciones: la primera es simplemente usarlo. Por ejemplo, siendo la libertad una cosa valorada, podemos decir que "nuestras medidas políticas no van contra la libertad, al contrario, la hacen posible dándole bases materiales".
La segunda opción es resignificarlo, esto es, cambiar su significado. En el pensamiento de la mayoría de las personas democracia es algo puramente formal: elecciones cada X años, varios partidos políticos, espacio de expresión para todas las corrientes etc. Pero podemos resignificarlo ligándolo por ejemplo con la economía y diciendo que "democracia es también que los poderes económicos no influyan en las decisiones del legislador".
Veamos ahora qué podemos hacer con cosas desvaloradas (la palabra comunismo, por ejemplo)
Lo primero que debemos preguntarnos ante una cosa no valorada (como comunismo, la hoz y el martillo o dictadura) es si realmente podemos convertirla en una cosa valorada para poder utilizarla de forma eficaz.
En caso de que sí podamos deberemos llevarla al terreno de lo disputado para, en el curso de los debates y discursos, disputar al adversario la valoración o no valoración del término. En nuestro ejemplo, consistiría en defender el comunismo (como palabra, no como sistema social) frente al contrincante (la derecha, el centro-izquierda, los anarquistas etc.). Ellos pintarían el comunismo como algo horrible y pondrían ejemplos históricos no valorados (el Muro de Berlín, por ejemplo) mientras que nosotros deberíamos defendernos de tales acusaciones (diciendo que son propaganda y mentiras, o que en realidad nosotros queremos otro tipo de comunismo mejor).
En caso de que no podamos convertir una cosa no valorada (como el comunismo, la desigualdad o la esvástica nazi) en cosa valorada tendremos dos opciones: dejarla o atribuírsela al oponente. En el primer caso simplemente dejamos de hablar de comunismo y lo cambiamos por otra cosa valorada (por ejemplo, hacemos como Anguita y en lugar de defender el comunismo defendemos los derechos humanos). En el segundo caso le atribuimos la cosa no valorada (lo malo) al oponente. En el caso del comunismo es imposible pero bien podemos imaginar a alguien que acusa a otro de ser o defender cosas no valoradas. Por ejemplo, decirle al oponente que quiere la desigualdad, que es machista, que no es demócrata o que defiende a Franco. La derecha entiende esto muy bien y por eso nos atribuye a todos ser ETA (una cosa no valorada). Es algo que nos hace gracia pero en realidad es una táctica bastante inteligente.
Yo creo que está muy claro que nuestro ejemplo (comunismo) no puede convertirse ya en cosa valorada. Es un término perdido, tanto por la propaganda machacona como por la propia realidad del llamado socialismo real. Quienes se empeñan en seguir utilizándolo realmente saben que jamás van a ganar. Es decir, me cuesta creer que la gente tan formada y capaz que hay en el Partido Comunista (el que sea) no vea que su simbología y terminología está más perdida que Gibraltar. No puede ser que alguien que entiende el materialismo dialéctico no entienda esto. No me entra en la cabeza que traten de disputar cosas tan mal valoradas, y que sigan haciéndolo después de años y años de derrotas. Quiero pensar que es más una postura estética, más como una tribu urbana que como un proyecto político serio.
Es curioso que los nazis (Amanecer Dorado, por ejemplo) de hoy en día, que se supone que son tan idiotas y ridículos, hayan sabido renunciar a gran parte de su simbología y terminología no valorada y sustituirla por otra disputada o valorada. No son fascistas ni totalitarios, ahora son patriotas, nacionalistas etc. Valga decir que en plena crisis económica griega los fascistas siguen por delante del Partido Comunista (el KKE, que tendrá mucha fuerza en las manis y las huelgas pero no pinta un carajo en cuanto a poder político real).
Lo que importa es decirlo, no cómo se diga
Lo que importa para concienciar a la gente, esto es, para hacerla cambiar de opinión, es explicarle las cosas de forma que lo entiendan y utilizando términos que ellos valoren. Por ejemplo, es mejor decirle a alguien que cuando el pueblo llegue al poder y consigamos la verdadera democracia habrá que defenderla de los no demócratas que decirle que cuando el proletariado conquiste el poder político habrá que instaurar una dictadura del proletariado. Esto lo entiende hasta un niño de cinco años.
Lo que importa es decirlo, no cómo se diga. El cómo da igual. El cómo solo puede importarles a quienes ven la política como una suerte de tradiciones y símbolos irrenunciables, esto es a gente que ve la política como algo identitario y estético, no como la lucha por el poder. La política se mide por los resultados, no hay más.
Esto que digo lo va a explicar el revolucionario cubano Fidel Castro en su discurso de 1970 sobre el natalicio de Lenin. El pobre Fidel nos cuenta que él quería defender abiertamente el socialismo, con sus palabras, términos, símbolos y banderas. Pero en seguida se dio cuenta (como cualquiera que vaya a la práctica y no se encierre en lo teórico) de que hay palabras perdidas, "palabras tabú" que es mejor no usar. Y da igual no usarlas, porque podemos decir exactamente lo mismo con o sin ellas.
Me he dedicado a poner en verde las cosas valoradas del discurso y en rojo las cosas no valoradas teniendo en cuenta su contexto, para enlazarlo con el tema del artículo:
Recuerden los primeros tiempos de la Revolución.
En algunas ocasiones, por curiosidad, le preguntábamos a algún obrero incluso:
—¿Usted está de acuerdo con la ley de reforma agraria, usted está de acuerdo con la ley de alquileres, usted está de acuerdo con la nacionalización de los bancos?— una por una le iba preguntando todas aquellas leyes.
—¿Usted no está de acuerdo con que los bancos, donde está el dinero del pueblo, en vez de estar en manos privadas deben estar en manos del Estado, y que esos recursos se pueden emplear en desarrollo de la economía, en servicio del país, y no en lo que les dé la gana a unos individuos particulares que son los dueños de esos bancos?
—Sí.
—¿Usted no cree que todas esas minas debieran ser del pueblo de Cuba, y no ser de unas compañías extranjeras, de unos tipos que viven en Nueva York?
—Sí.
Pero sí a todo, sí a todas y a cada una de las leyes revolucionarias. Y entonces le preguntaba:
—¿Y usted está de acuerdo con el socialismo?
—¡Ah, no, no, no! ¡De ninguna manera!
Era increíble cómo habían condicionado las mentes, al extremo de convertir una palabra en tabú, una idea en tabú.
Pues bien, es hora de hacer como Fidel Castro y decir lo mismo pero, en lugar de utilizando cosas no valoradas, utilizando cosas valoradas. Es la única forma de ganar en el campo de batalla discursivo.