¿SOCIEDAD CIVIL CATALANA?
El mito o el timo que la derecha ¿nacionalista? Catalana utiliza o desprecia según le interese. Pero que siempre alimenta desde dentro de sus propias filas, con subvenciones, privilegios y prebendas que pagamos todos.
Cuando hablando sobre la diada del 11 de septiembre de este año 2012, surge el momento de preguntar ¿Quién organizó y cuáles eran los intereses que crearon la necesidad de convocar una manifestación en la que mayoritariamente se pedía la independencia de Cataluña? la respuesta es un concepto indeterminado, manido, y mentiroso. Indefectiblemente la respuesta es “La Sociedad Civil Catalana”, obviando los "apellidos" que en este caso resultan evidentes.
Esta respuesta precisa de otras preguntas, para que nadie crea que aceptamos “pulpo” como animal de compañía sin más. Y es en esta serie de preguntas donde el interlocutor empieza a perder sus convicciones y deriva sus respuestas hacia argumentos difíciles de digerir, argumentos que nada tienen que ver con la realidad, a querer que pensemos en una “Alicia en el país de las maravillas” al que todos los catalanes o su “inmensa mayoría” (como diría el otro mesiánico líder de la derecha española) se ponen de acuerdo al grito de “todos a una” de que la independencia será el elixir de Fierabrás que curara todos los males que nuestra economía sufre porque el enemigo exterior encarnado en la España represiva, nos está ahogando en la miseria.
Pues ni lo uno ni lo otro. Algo que a mi parecer es tan fácil de ver entre el aluvión de necedades opinativas de uno (la derecha catalana) y otro bando (la derecha españolista). Algo que cualquiera vería haciéndose una simple pregunta, no lo ven. Vamos a por las preguntas y dejemos que las respuestas vayan saliendo solas del raciocinio de cada cual.
1ª Pregunta: ¿Quiénes conforman la llamada “sociedad civil catalana”?
2ª Pregunta: ¿Cuáles son sus órganos de
gestión y dirección?
3ª Pregunta ¿Quién o quienes determinan sus actuaciones?
4ª Pregunta ¿Cuáles son sus intereses y a
quien o quienes benefician?
Estas y otras preguntas están maravillosamente contestadas en los tres artículos que acompaño y del que extraigo una serie de reflexiones y argumentos que someto al raciocinio de los más acérrimos defensores de la “maniobra política” que el Presidente en funciones de la Generalitat de Catalunya ha llevado a cabo desde el momento en que las encuestas internas le daban unos resultados de partido minoritario debido a los recortes, impuestos, tasas, y demás actos del que él bautizó como el “Gobierno de los mejores” en las pasadas elecciones autonómicas y que se ha convertido en el “Desgobierno de los peores”, inundando de prebendas a los suyos, la clase alta y media alta, y destrozando el estado del bienestar de la clase media baja y baja. Y todo ello en connivencia con el otro “beneficiario” de la jugada maestra, el Partido Popular, que raudo se ha prestado a convertir las próximas elecciones al Parlament en una nueva “batallita” por sus respectivos intereses nacionalistas. Olvidando ambos grupos políticos de manera interesada, he intentando hacernos olvidar, lo que ha sido su mayor mentira electoral.
Ni CiU ni PP han cumplido el programa electoral con el que llegaron a los gobiernos que ahora presiden. Ambos grupos políticos han pactado tanto en las Cortes Generales como en el Parlament, presupuestos y leyes tan dañinas para los españoles y catalanes como la Reforma Laboral que ha traído como consecuencia el mayor aumento del desempleo en España y en Cataluña. Ni el PP ha bajado el paro en España ni CiU lo ha hecho en Cataluña, muy al contrario las cifras de paro han subido de manera trágica. Esto contesta el interés que ambos partidos tienen en hacer de la campaña electoral una “batalla” de nacionalismos, español y catalán. Precisamente CiU el partido menos independentista de los partidos nacionalistas que hay en España, el que más veces ha pactado con el PP, el que más veces lo ha negado, es el que ahora por arte de magia se erige en el partido independentista por excelencia. Y el PP, ¿cómo no?, recoge el guante de la “desfachatez” para lanzarlo a la cara de los catalanes, sean o no independentista, alimentando a su electorado en el resto de España, de pasada.
Solo hay que escuchar a Duran Lleida para darse cuenta de la pantomima que está haciendo CiU y de la “tomadura de pelo” del Sr. Artur Más a todos los catalanes crédulos que aun piensan que la llamada “sociedad civil catalana” nada tiene que ver con los deseos de CiU y que el Sr. Artur Más nada ha tenido que ver con esa manifestación “independentista” de la Diada del 11 de septiembre pasado. Y en el bando contrario, el vociferante estilo del PP de esa “líder” tan contradictoria como insustancial como Alicia Sanchez Camacho, arrojándole la Constitución española que Duran Lleida defiende con uñas y dientes fuera de Cataluña y de la que se distancia dentro de Cataluña. Vivir en una suite de hotel de cinco estrellas durante todo el año en Madrid a costa del erario público tiene sus miserias, y si eso lo llevas haciendo más de treinta años, más todavía.
Que alguien te diga que Artur Más ha respondido a lo que el “pueblo” le ha pedido en esa manifestación, es un insulto a la inteligencia. Que alguien te diga que Artur Más se ha visto obligado a convocar elecciones diciendo que en los próximos cuatro años convocara un referéndum pidiendo respuesta a si Cataluña quiere o no ser independiente, es un insulto a la inteligencia. Que alguien siga creyendo que un político fracasado en su acción política respecto al programa con el que se presento en las últimas elecciones, actúa en interés de los catalanes, es un insulto a la inteligencia. Que alguien nos quiera hacer creer que detrás de la convocatoria de la manifestación no está el aparato electoral de CiU, en forma de indeterminada, subvencionada y agradecida “Sociedad Civil Catalana”, es un insulto a la inteligencia.
Para Francesc de Carreras, la sociedad civil es en Cataluña una realidad sumamente raquítica y precaria dada su dependencia del poder político, especialmente del autonómico.
En una línea parecida, Antoni Serra Ramoneda reflexiona sobre las posibles razones de la pérdida de peso de la sociedad civil y su dependencia del Govern de la Generalitat, y propone medidas para corregir la situación.
Pau Riba, con radical escepticismo, va más allá y sostiene que la sociedad civil es una fábrica de proyectos por los cuales ya hemos pagado antes a la empresa pública; un gran timo, en resumen.
Propuestas/respuestas
¿Existe
la sociedad civil catalana?
Texto Francesc de Carreras
El término “sociedad civil” ha sido utilizado desde los comienzos de la tradición política occidental, en concreto, desde el mismo Aristóteles. Más recientemente, ya en la modernidad, este concepto ha tenido numerosas acepciones. Hegel, Gramsci o Easton, entre otros, le han dado significados distintos, aunque coincidentes todos en un mismo punto: su contraposición al Estado, a la sociedad política. La sociedad civil es, así, la esfera de las actividades privadas y de los intereses particulares, mientras que la sociedad política, el Estado, es la esfera de las actividades públicas y de los intereses generales.
Desde los inicios mismos de la actual etapa democrática, en Cataluña se ha utilizado el término “sociedad civil” en un sentido restringido: aquellas instituciones, grupos sociales y asociaciones, especialmente las de relevancia económica cultural, de naturaleza privada, con capacidad de influencia en los poderes políticos o en la opinión pública. En realidad, una formulación con reminiscencias de Gramsci.
Desde este punto de vista, constituyen la sociedad civil catalana determinadas asociaciones representativas del mundo económico y empresarial (la Cámara de Comercio e Industria, el Fomento del Trabajo, el Círculo de Economía), los más relevantes empresarios (los dirigentes de “la Caixa” serían, sin duda, los más destacados, junto con otros quince o veinte altos ejecutivos, no necesariamente propietarios de las empresas, especialmente de los sectores financiero, farmacéutico, turístico y hotelero, de la construcción, alimentario y de los medios de comunicación), ciertos colegios profesionales de acreditada raigambre y prestigio (abogados, médicos, arquitectos, ingenieros, notarios), entidades de diversa naturaleza pero de notoria significación cultural, social y ciudadana (Barça, Abadía de Montserrat, Ateneo Barcelonés, Òmnium Cultural, Orfeó Català, Círculo del Liceo, Círculo Ecuestre, IESE, ESADE), además de otras de carácter semipúblico, como las universidades, el Institut d’Estudis Catalans o el Centre de Cultura Contemporània. Una red, en definitiva, de entidades, empresas y personalidades destacadas, con influencia social en su ámbito específico y en la sociedad que, en ocasiones, han hecho oír su voz en asuntos de carácter general, más allá del estricto ámbito de sus intereses particulares.
Acotado de esta manera lo que en Cataluña se entiende por sociedad civil, de ella puede esperarse un doble cometido. Por un lado, en épocas de normalidad, su función puede consistir en vertebrar y expresar la opinión de los distintos grupos sociales, con carácter complementario al que se ejerce desde los canales políticos establecidos, ampliando así el pluralismo político y completando la labor de los partidos. Por otro lado, en momentos críticos y excepcionales, en el supuesto de que los partidos políticos no sepan representar al conjunto de los intereses sociales y, por tanto, la separación entre sociedad y poderes públicos llegue al punto de ser disfuncional para el sistema político la sociedad civil puede hacer oír su voz para expresar el descontento social de manera que, o bien los partidos hagan suyas sus demandas, o los poderes públicos (ayuntamientos, Generalitat y Estado) acepten a la sociedad civil como interlocutor válido.
Si decíamos que la primera función era complementaria en épocas de normalidad, esta segunda función, excepcional como hemos apuntado, tendría un carácter de suplencia a la vista de la inoperatividad de los partidos. En ambos casos, partimos de la base de que la sociedad civil es autónoma, por supuesto de los poderes públicos, pero también de los partidos políticos. En caso contrario, es decir, si esta autonomía no existiera, deberíamos llegar a la conclusión de que tampoco existe la sociedad civil y, por tanto, resulta imposible el ejercicio de las labores de complementariedad o suplencia.
A la vista de todo ello, cabe analizar ahora si existe una vigorosa sociedad civil en Cataluña. Y son tres los factores que dificultan hoy en día la existencia de una sociedad civil autónoma de la sociedad política.
En primer lugar, un Estado social como es el nuestro se caracteriza por un intervencionismo creciente de los poderes públicos en la sociedad. El Estado liberal clásico tenía un ámbito de actividad muy reducido. El Estado social rompe con este modelo y pasa a intervenir en la esfera privada con el fin de evitar las crisis económicas y la desigualdad social entre ciudadanos. Autorizaciones administrativas y subvenciones públicas son sus principales instrumentos de actuación. Por tanto, con el Estado social aumenta la dependencia de las empresas, entidades y asociaciones privadas respecto de los poderes públicos.
En segundo lugar, esta subordinación se acentúa con la descentralización de los poderes públicos y la proximidad territorial entre aquellos que desarrollan funciones públicas —políticos, altos funcionarios y burocracia— y la sociedad. La actividad administrativa de autorizaciones y subvenciones se desplaza al poder autonómico y esta aproximación reduce todavía más la independencia de la sociedad civil.
En tercer lugar, el creciente papel de los partidos políticos en la sociedad, lo que se ha denominado “Estado de partidos”, que es el realmente existente en España, también contribuye al creciente control de la sociedad civil por parte de los poderes públicos. En efecto, hoy en día los partidos ayudan a las entidades que forman la sociedad civil mediante subvenciones, lo cual hace que las entidades privadas estén interesadas en que los representantes oficiales u oficiosos de los partidos formen parte de las mismas con el fin de acceder fácilmente a ellas para financiar sus gastos. Todo ello, por supuesto, en detrimento de su autonomía.
Por tanto, en conclusión, tanto la naturaleza del Estado social como la descentralización política y la partitocracia tienden a limitar la autonomía de la sociedad civil y dificultan la existencia de un poder social independiente de los poderes públicos y de la clase política.
En Cataluña operan todos estos condicionantes y son la causa estructural de que la sociedad civil –en el sentido antes indicado– esté tan sometida a todos los poderes públicos, es decir, a los municipios, a la Generalitat y al Estado.
Por tanto, ¿existe en Cataluña sociedad civil? Creo que en los últimos años se ha demostrado que es sumamente raquítica y precaria dada su dependencia del poder político, especialmente del autonómico.
En épocas de normalidad, en los años del pujolismo, la sociedad civil estaba totalmente supeditada al Gobierno de la Generalitat, que, además, especialmente vía grupo parlamentario de CiU, ejercía de grupo de presión cerca del Gobierno central.
Durante los dos gobiernos tripartitos la situación ha cambiado: la sociedad civil ha empezado a ser crítica con la actuación del ejecutivo de la Generalitat. Sin embargo, las críticas que se hacen en privado no se manifiestan en público, es más, en público los miembros más activos de esta sociedad civil –con alguna rara excepción– suelen decir lo contrario de lo que expresan en privado. Una vez más se demuestra que los efectos de las subvenciones y las autorizaciones son devastadores para la autonomía de la sociedad civil: los intereses particulares predominan sobre los generales. M
Reflexiones
sobre una decadencia
Texto Antoni Serra Ramoneda
Nunca me ha satisfecho la expresión “sociedad civil”. ¿Cuáles son los otros subconjuntos que, sin superponérsele, integran el amplio concepto de sociedad? A lo sumo se me ocurre que los que merecerían el calificativo de militar o eclesiástica, pero su importancia numérica sería tan reducida que apenas merecerían consideración. Pero lo cierto es que ha hecho fortuna y se ha impuesto. Por el contexto en que es utilizada colijo que con ella se quiere designar el cajón de sastre integrado por todas las iniciativas que, nacidas al margen de la Administración pública, han procreado instituciones y organizaciones cuyos responsables no forman parte de la burocracia político-administrativa.
“La Caixa”, el Barça o el Orfeó Català serían ejemplos sobresalientes de los resultados de la sociedad civil. Las tres son instituciones de un enorme peso en la vida catalana. En cambio, pongamos por caso, las diputaciones provinciales tienen su origen en sendas disposiciones aparecidas en el BOE, o diario oficial equivalente, y quienes tienen en sus manos las riendas son cargos políticos y funcionarios.
Es opinión muy extendida que en la Cataluña actual la sociedad civil ha perdido peso. Ya no genera iniciativas del mismo calibre que las que, nacidas a caballo de los siglos XIX y XX, constituyen aún hoy piezas fundamentales del entramado cultural, deportivo y económico del Principado. Pero hay escasa renovación y falta de energías entre las clases dirigentes cuando se las compara con la burguesía que fue capaz de hacer de Barcelona la capital del Modernismo arquitectónico de la mano de Gaudí, Domènech i Montaner y otros artistas de gusto revolucionario para su época. No hay figuras como las de Eusebio Güell, distinguido y acaudalado hombre de negocios que fue capaz de confiar en el arquitecto de Reus un proyecto tan visionario y progresista como el del Parque Güell.
Esta pérdida de protagonismo de la sociedad civil es paradójica. En sus épocas de florecimiento, Cataluña no tenía apenas instituciones políticas propias. Sólo Prat de la Riba fue capaz de inventarse una Mancomunidad de Diputaciones, que, en realidad, gozaba de escasísimo poder, aunque es bien cierto que supo aprovecharlo hasta su último resquicio. La burguesía catalana, la flor y nata de la sociedad civil, supo suplir esta deficiencia con imaginación y coraje. Los empresarios textiles que construyeron sus instalaciones fabriles a lo largo del Llobregat y el Ter tuvieron que encargarse de construir las carreteras y otras infraestructuras que un poder público lejano y escaso de recursos no podía ni quería atender.
Los industriales catalanes incluso aceptaron disfrazarse de políticos para defender ante el Gobierno del Estado sus intereses proteccionistas. Recuérdese la candidatura al Congreso de los Diputados de 1901 integrada por los presidentes de cuatro instituciones económicas, cuyo programa se reducía básicamente a temas arancelarios. Hoy en día, la situación es bien distinta. Cataluña dispone de una autonomía que, sin llegar a ser tan amplia como muchos desean, ha permitido la aparición de políticos profesionales y la creación de cuerpos de funcionarios públicos encargados de la administración de los asuntos colectivos. Y es ahora precisamente cuando la sociedad civil parece llevar una vida lánguida.
Una primera tesis explicativa de esta aparente paradoja sería que existe un efecto sustitución entre sociedad civil y poder político. Cuando éste es débil, la sociedad civil ha de llenar el vacío y tomar iniciativas en todos los ámbitos, tanto el económico como el cultural. Libre de normas burocráticas y cortapisas funcionariales, la imaginación es más creativa y los resultados más potentes y duraderos. Este efecto sustitución se manifiesta también en el plano financiero. Una Administración pública liviana requiere pocos recursos, lo que se traduce en una escasa presión fiscal. Los beneficios empresariales apenas se ven mermados por impuestos, lo que permite un margen notable de actuación. Por el contrario, en cuanto el poder político adquiere peso, la renta disponible en manos de los particulares disminuye y es una burocracia liderada por políticos a dedicación completa la que ha de impulsar proyectos colectivos, y los recursos precisos han de detraerse vía impositiva de los bolsillos de los particulares. Cuestión distinta es si la sustitución de la sociedad civil por la superestructura político-burocrática implica cambios en la forma y la eficiencia de la utilización de los recursos. Pero, en definitiva, según esta opinión la iniciativa privada se ve ahogada cuando menos en lo relativo a la solución de problemas colectivos.
Otra corriente sostiene, por el contrario, que sociedad civil y poder político burocrático son complementarios. En una visión con perfume marxista, el segundo no es sino una creación de quienes tienen las riendas de la primera. Así, la distinción entre ambas esferas sería exagerada y las fronteras entre ellas nada nítidas. Lo que ha ocurrido en Cataluña, según esta opinión, ha sido una decadencia endógena de la sociedad civil que tampoco ha sabido engendrar, en cuanto se han dado las circunstancias para ello, una clase política y una burocracia de primera calidad. De unas vides resecas es vano esperar una cosecha de óptima calidad. La decadencia tiene, según este punto de vista, distintas raíces. Una ha sido el escaso entusiasmo de la burguesía catalana por las nuevas tecnologías y las actividades industriales que éstas permiten. Se cumpliría así la regla de las tres generaciones, que no sería solamente aplicable a la empresa familiar, sino a una economía en la que esta prolifera. Hoy los descendientes de aquellos empresarios aguerridos que hicieron de Cataluña la fábrica de España aspiran a alguna sinecura funcionarial o a integrarse en la bien remunerada plantilla de alguna caja de ahorros. El ciclo se ha cerrado sin que nadie haya sabido tomar el relevo de aquellos auténticos ciudadanos schumpeterianos que, sin ayudas presupuestarias, supieron hacer del país el motor económico español.
Otra sería la deriva hacia un nacionalismo exacerbado que ha llevado a cerrarse en sí misma a toda la población catalana alejándose de las corrientes culturales y científicas mundiales.
Y, finalmente, la baja altura de las miras de los políticos catalanes empeñados en guerras internas más que en la definición de estrategias que permitieran mantener al país como referente económico y cultural para el conjunto de España.
No hay que dejar que el pesimismo nos embargue, sin por ello negar que los momentos no son gloriosos. Una confluencia de circunstancias externas e internas ha dado el resultado presente, pero no son perennes. De todas maneras, para que la recuperación no se retrase en demasía, dos son las medidas que me atrevería a aconsejar.
La primera, que se apruebe cuanto antes una nueva ley electoral que aproxime los partidos a los ciudadanos y ello significa, entre otras medidas, admitir las listas abiertas de tal manera que aquellos dejen de ser vistos como cajas cerradas donde los nombres propios, excepto el de cabeza de lista, no tienen importancia alguna.
La segunda, que los políticos tengan más confianza en la sociedad civil y no pretendan ocupar todos los huecos, es decir, los cargos, en los que se acumulen unas migajas de poder y de prebendas. M
Este
fantasma tan de moda
Texto Pau Riba
Bien, como no sé exactamente quién ha decidido que ya tengo suficiente edad, o suficiente criterio o suficiente vete tú a saber qué como para ejercer de piedra en el zapato entre los denominados líderes de opinión que proliferan por todas partes y que cada vez resultan más opinables, quiero decir, que cada vez me parecen más tendenciosos o más vendedores a sueldo, de esos que te venden el artículo quieras o no quieras y que, cuando piensas que ya te los has quitado de encima, todavía te interceptan en la siguiente esquina, dale que te pego, con los mismos o similares argumentos, y aquí me tenéis hecho todo un explorador, machete en mano, intentando abrirme paso en la inextricable jungla de significados en cuyo corazón –supongo que tan tranquila, trincándose un refresco y fumándose un puro (esto tan y tan políticamente incorrecto que ha acabado siendo delito)– se encuentra la famosa sociedad civil, esta señorita que está de moda pero que, dado que nadie ha tenido la suerte de haberla visto con sus propios ojos, no se sabe exactamente quién es, ni cómo es, ni si realmente existe.
¡Uf!, al decir esto último he lanzado una furiosa andanada con el machete y me ha caído una poblada rama tropical en la cabeza, una rama abarrotada de pulgones y hormigas ajetreadas a quienes, sin querer, he desbaratado su más que civilizado mapa de caminos, carreteras y autopistas, abierto en el ramaje, motivo por el cual no han tenido más remedio que dispersarse campo a través por todo mi cuerpo, inundándome de un espantoso cosquilleo… y, por tanto, rectifico; rectifico lo de si realmente existe esa cosa que llamamos sociedad civil, ya que la pregunta obvia sería, creo, exactamente la contraria: ¿existe alguna sociedad no civil sobre la tierra?, ¿pueden los seres, de la naturaleza que sea, formar sociedades que no sean básica y esencialmente civiles, sociedades que no supongan, en mayor o menor grado, un principio de civilización?
Si la respuesta es no, como supongo coincidirán conmigo, entonces ¿a qué viene tanta redundancia, tanta insistencia en remarcar expresamente que estamos hablando de una sociedad que es civil? ¿No será que se trata de una de tantas versiones –en formato de lujo, si lo prefieren– del timo de la estampita?
¡Hombre,
no me digan que no da cierto tufillo! Cuando
una cosa, una expresión, resulta tan y tan obvia y al mismo tiempo tan ambigua,
tan ambivalente, tan… equívoca, de la sospecha no te libra ni Dios,
y lo primero que uno hace es recoger la ropa y ponerla a buen recaudo; ya que,
vamos a ver: ciñéndonos únicamente a lo que queda de los poderes fácticos, hoy
relativamente neutralizados o ya incorporados a las estructuras de gobierno,
tenemos, por una parte, que la Iglesia opone civil a canónico, que, por otra,
la judicatura opone civil a penal, que el Ejército opone civil a militar o, en
tiempos de guerra, civil a convencional –dejemos aquí a un lado el misterio
profundo de la guardia civil que (¿opuesta a qué: a municipal, a urbana?) me
resulta absolutamente desconcertante, porque si civil viene de civilis, que es
justamente lo contrario de ruralis, no entiendo por qué los del tricornio, a
los que siempre he considerado reminiscencia de un cuerpo de gendarmería rural
dedicado a la vigilancia de costas y al control de los bandoleros y el contrabando,
se llaman así–, el consistorio opone cívico –el civil moral– a gamberro, el
Gobierno opone civil a funcionarial, el mundo de las finanzas, capital civil a
erario público…
¿Qué mareo, no? ¿y cómo nos comemos todo esto ? Así, de buenas a primeras, quedan bastante claras un par de cosas: una, que eso de civil es una patada en el culo que –¡felizmente!– nos echa fuera de las instituciones y nos deja, como se suele decir, en la puta calle…, aunque todo esto es muy relativo, ya que, fuera del horario de oficina, todos los que integran los escalafones funcionariales son tan civiles –tan íntimamente, tan anónimamente civiles– como los demás, de manera que ésta es una frontera falsa y visible sólo de ocho a tres; y dos, que éste es un adjetivo que, precisamente por su flagrante ambivalencia y por el hecho probado de que define mejor a la parte contraria que a la propia, sirve tanto para un roto como para un descosido y todos lo emplean como quieren y a favor o en contra de lo que haga falta; una bicoca, vaya, una joyita en manos de charlatanes y embaucadores.
Pero si, hartos de desbrozar toda esta zona inútil, llena de maleza, nos dejamos de tonterías y nos aferramos directamente a la liana de lo que popularmente se entiende por sociedad civil, que es, de una manera bastante difusa, aquella parte de la ciudadanía que no forma parte del Gobierno o quizás, afinando más, el dinero –¡la iniciativa!– de esa parte abstracta de la ciudadanía que no forma parte del ejecutivo (tenemos que analizarlo en clave económica porque estamos anclados en un sistema capitalista en el que todo –la vida, la muerte–, todo depende de eso, del maldito dinero de cada uno, y también porque formamos parte de una democracia que nos venden como gran cooperativa montada con el dinero de todos, una cooperativa de la que participamos todos y de la que todos somos dueños, cuando, en realidad, es una enorme multinacional, una potente sociedad anónima de la que sólo somos pequeños accionistas y en la que no somos propietarios –y menos aún dueños– de nada, o de nada más que de un mínimo paquetito de acciones que no da para nada, nada que no sea otorgar el poder ejecutivo a los ejecutivos con cargos que, a pesar de todo, no gestionan más que nuestro dinero, y nuestra felicidad, lo que nos hace abrir los ojos), si nos aferramos a esta liana, insisto, entonces el fraude está cantado, ya que quiere decir que la cantinela ésta de la sociedad civil no es otra cosa que la sintonía, o la banda sonora, del spot publicitario con que alguien pretende que volvamos a comprar algo que ya tenemos, en su beneficio y en el de unos cuantos más, que son siempre los mismos, y se confunden, y se retroalimentan.
Es el truco de hacerse auto-competencia, como la Coca-Cola y la Pepsi, instrumentalizando el hecho de que, indefectiblemente, un funcionariado bien pagado, con sueldos a perpetuidad y administrando lo que no es suyo, entra en rutinas y abulias de las que lo mínimo que se puede decir es que dificultan y lentifican una brillante ejecución, encallándose a menudo en burrocracias exasperantes que nos impacientan.
Los socios mayoritarios de la gran S. A. sacan la estampita de la S. C. –la sociedad civil, la que todo lo hace mejor– y nos venden proyectos por los cuales ya hemos pagado a la empresa pública y por los cuales tenemos que volver a pagar.
Nos duplican la oferta, sí, de manera que podamos escoger entre comer la sopa de la señora o comer la de la criada, pero pagando por las dos…, como en el caso de las autopistas: tenemos las del Estado, construidas con capital público, que llegan tarde pero acaban llegando, y las de peaje, financiadas con capital privado, o civil, que llegan pronto pero tenemos que pagarlas y pagarlas a perpetuidad, sin dejar de pedir su gratuidad.
¿Hacen falta? ¿Hacían falta? ¡Ésta es la pregunta
del millón!
Para vivir no hace falta casi nada; para vivir civilizadamente hacen falta unas cuantas cosas más –pero, por supuesto, ni la cienmilmillonésima parte de lo que nos venden como imprescindible–; y para vivir como socios anónimos de una civilización capitalista, si hacen falta –las cosas–, es tan sólo en la dinámica perversa de este sistema embustero en el que seis mil millones de seres necesitan ofrecer algo, casi siempre innecesario, para ganarse la vida, y necesitan inventarse una cosa u otra para endosárnosla. En conjunto, una gran estafa –sí: legal, instituida, monumental (¿monumental?), pero estafa en definitiva–, que es lo que es este capitalismo democrático; esquema rancio, que, sorprendentemente, incomprensiblemente, y mira tú por dónde, nunca es cuestionado por ninguna sociedad civil.
¿No lo había dicho ya que era un fantasma?
Algunos
entes que conforman la mal llamada Sociedad Civil Catalana, cuando debería
llamarse la Sociedad Civil Convergente.
Círculo de Economía, el núcleo duro
No es exactamente un grupo de presión; ni un
‘think tank’ económico; ni un centro de formación; ni una organización empresarial;
ni un club de gente influyente; ni un foro de debate: es todas estas cosas al
mismo tiempo.
“Nada de lo que se coció en Barcelona antes
de –y durante– la transición fue ajeno a la institución. Después el Círculo
optó por ceder protagonismo a los nuevos partidos políticos”.
El club de los señores de Barcelona
Hay que proteger el Círculo del Liceo como a una reserva natural. Solo en él se
respira el ambiente de aquellos “señores de Barcelona” que originaron la época
de mayor efervescencia vivida en Cataluña.
La tribuna civil
El
Barça es uno de los “trade-marks” locales más
antiguos. Dentro del pack ocio-cultura sólo hay dos instituciones civiles más veteranas:
un teatro de la ópera y una academia literaria.
Una entidad nacida de la pasión burguesa por
la hípica.
El Círculo
Ecuestre llegó a ser considerado el mejor club hípico de Europa en su
época dorada, a principios del siglo pasado, cuando tenía su sede en el Passeig
de Gràcia.
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