Lo que ha ocurrido en Cataluña hace historia en las luchas
democráticas y es ejemplar, como tantas veces Cataluña nos ha dado una lección.
Pero las lecciones las aprende quien no tiene prejuicios y quiere aprender
Suso de Toro
12/09/2013 - 20:31h
12/09/2013 - 20:31h
Los medios de comunicación de alcance estatal, todos ellos radicados
en Madrid, crearon durante décadas una conciencia de España que falseó su
realidad. En ese falseamiento Cataluña fue ignorada y despachada bajo clichés
interesados, así la generalidad de la población española ignora todo de
Cataluña y en cambio está llena de prejuicios hacia los catalanes. Nos pintaron
una Cataluña provinciana, encerrada, aburrida, fracasada, obsoleta... Pero la Diada
de este año marca un punto y aparte, es un desmentido a todo eso y muestra un
país lleno de energía. En adelante los españoles mirarán hacia allí con
curiosidad unos y con temor y desconfianza otros, pero muchos querrán
comprender lo que ha ocurrido. Lo que ha ocurrido se veía venir si uno se
acercaba allí y se molestaba en escuchar lo que decían y sentían las personas
que allí vivían pero simplemente se lo ocultaron, en cambio la prensa informaba
con mayor o menor extensión un mes sí y otro también de que un niño no podía
recibir clases en castellano, de que perseguían a las corridas de toros... Todo
parecían mezquindades. Y de repente aparecen más de un millón de catalanes
pidiendo la independencia. ¿Dónde estaba tanta gente que no nos lo contaron?
Pero aunque parezca increíble el día siguiente a un acto cívico y
político tan importante, no sé si tendrá parangón en Europa, pudimos leer
titulares que se mofaban e informaciones que lo minusvaloraban alimentando la
ceguera de sus lectores. Lo que ha ocurrido en Cataluña hace historia en las
luchas democráticas y es ejemplar, como tantas veces Cataluña nos ha dado una
lección. Pero las lecciones las aprende quien no tiene prejuicios y quiere
aprender. Particularmente reconozco que tengo prejuicios pero también me gusta
aprender y de los catalanes aprendí muchas cosas. Aunque esté mal visto en
España, no tengo pudor en reconocer que admiro a la sociedad catalana.
Como gallego, soy ciudadano de un país derrotado que no ha sido capaz
de sobreponerse a su historia, que no supo detener expolios ni humillaciones,
falto de orgullo colectivo y nervio cívico y, como español, vengo de un país
fratricida e incívico, marcado por un régimen que lo degradó hasta el extremo,
una experiencia histórica traumática y profunda que suele ser despachada
interesadamente como “la dictadura”. Y por eso descubrí y envidié las semillas
de libertad y civilidad que llegaban desde Cataluña, desde la renovación
pedagógica de “Rosa Sensat”, cuando aún interesaba la educación como
liberadora, hasta la lucha obrera del PSUC y los libertarios, la firmeza en el
exilio de Pau Casals, la “nova cançó” y Lluis Llach “al`Olimpia” y también sus
“Campanades a mort” por los obreros asesinados en Vitoria, su lucha por el
autogobierno nacional...
En Barcelona reconocí a la ciudad siempre atenta a la cultura que
recibía la música de Beethoven y de Wagner en el Palau, donde en Julio de 1937
Schoenberg ensayaba con la orquesta “Moses und Aron” cuando comenzaron los
bombardeos fascistas, donde Picasso y Picabia ensayaban su libertad, la
ciudad a donde peregrinó el Quijote, y con él su autor, para alabar la
industria del libro.
Allí como autor me sentí acogido y respetado sin que importase en que
lengua escribía ni de donde venía ni que padrinos tenía, allí conocí a mi mejor
editora y a los mejores editores y a la gente más inteligente y aguda de la
industria del libro y de las artes. Y me descubro ante obras literarias
como el “Quadern Gris” de Josep Pla, que si España considerase que la
literatura en catalán también era suya, no es el caso, tendría por una de las
cuatro o cinco obras grandes suyas del siglo XX. Naturalmente que también
entreví las limitaciones y defectos de la sociedad catalana, los tiene como
todas, pero mi admiración por sus virtudes está muy por encima. Sin ser catalán
soy catalanista, lo confieso.
Todo lo resumo en que hubo un momento en mi vida en que me vi obligado
por primera vez a plantearme marcharme de mi país, Galicia, y no dudé a dónde
iría y dónde había un pueblo abierto que me podría acoger. No lo dudaba.
Y con esta Diada acaban de darnos una nueva lección de civismo y
libertad. Para comprender cuán necesaria es esa lección hay que tener presente
lo que ocurrió el mismo día en Madrid, un ataque fascista que no es ninguna
anécdota. La medida de la libertad y del aire que se respira en la capital del
Estado y en el conjunto del Estado la dará el tratamiento que se le dé a ese
ataque: ¿se le aplicará la ley antiterrorista? ¿Serán ilegalizados y
perseguidas esas organizaciones como hicieron los políticos y la justicia
española en Euskadi? Y, cuando aparecen multitud de policías bien pertrechados
cada vez que la ciudadanía defiende legítimamente sus derechos, ¿por qué no
estaba en esta ocasión en las cercanías del lugar para protegerlo? Qué asco.
Lo que nos ofrecieron a todos los catalanes en su día fue ciudadanía
libre y alegre frente a canallas amargados y matones. Al ministro que amenazó
con el Ejército le oponen gente de todas edades con bocadillos, camisetas y
banderas. No se valorará la dimensión de ese gran acto cívico si no se cae en
la cuenta de que no era una manifestación como la que hubo hace unos meses. La
Via Catalana fue el resultado de un trabajo organizativo de meses, cada persona
se anotó y se dirigió al lugar donde le correspondía en el mapa de la cadena.
No fue un calentón de un día o una semana, un momento de enfado que ocupa las
calles, sino que cada ciudadano o ciudadana se buscó su camiseta y se apuntó
con tiempo para ocupar su lugar correspondiente. No se trataba de una multitud
de manifestantes sino de una ciudadanía organizada voluntariamente y desde
abajo, hablamos de un pueblo decidido que tiene una decisión tremendamente
madurada porque la ha ido elaborando a través de los años y de sucesivas experiencias que le fueron
demostrando una tras de otra que el Estado español no reconocía sus demandas y
no protegía su lengua ni tampoco sus intereses. No es una ocurrencia repentina.
En los últimos años cada vez que comenté el proceso social y político
catalán con políticos de partidos estatales siempre me respondían “es que
Mas...”, “realmente lo que quiere Convergencia...”, “...las banderas...”,
“...es que la burguesía catalana...”, “es que Esquerra...”. Por más que les
insistía repetían sus cómodos prejuicios y lo reducían a una dialéctica de
partidos, casi nadie tuvo la humildad de ir desde Madrid a Barcelona y no
digamos a otras ciudades catalanas a preguntar y escuchar a la gente. No
comprendían que era la gente, no los partidos; Mas sólo se puso al frente de un
movimiento social de gran profundidad porque no tuvo más remedio. Lo que
hicieron los medios de comunicación madrileños y la política española fue
menospreciar a los catalanes, reducirlos a una gente aturdida y conducida
astutamente por unos malévolos políticos enemigos de España.
Lo que hicieron fue negarle la dignidad personal a esas personas,
precisamente a los habitantes de un país que siempre le dio lecciones de
civismo a España. Tendrán muchos defectos los catalanes pero son una sociedad
con una complejidad y densidad cívica como no conozco otra. Lo que ahora tienen
delante es la realidad, los catalanes no eran unos chalanes aprovechados y unas
sanguijuelas, como nos contaron, sino que tenían dignidad. Toneladas de
dignidad colectiva y personal.
Hoy por hoy, de Cataluña sólo podemos aprender. Paul Celan escribió
sobre una Alemania que era maestra de la muerte, Cataluña en cambio es una
maestra de civilidad: mucho mejor le hubiese ido a España si la hubiese
escuchado y aprendido sus lecciones. No quiero imaginar una España sin Cataluña.
Los franquistas invocarán la sagrada unidad de la patria y el deber
del Ejército, aunque no lo hicieron cuando entregaron las provincias españolas
del Sahara a la monarquía marroquí por orden de sus amos norteamericanos. Y los
nacionalistas españolistas en general invocarán una constitución, dictada por
Yahvé y que se bajó Moisés del monte, ya tenían en el Tribunal Constitucional a
quienes la interpretaron en su día como les interesaba a ellos y ahora tienen
presidiéndolo a Pérez de los Cobos, que ya nos informó de lo que piensa de los
catalanes. Pero quienes creemos en la democracia y no somos catalanes tenemos
el deber de reconocer que ejercen la democracia y su libertad y sólo podemos
esforzarnos en imaginar el modo de que Cataluña sea lo que libremente desee su
ciudadanía y que ello no suponga que pasen a ser gente extraña a nosotros. Pues
así lo sentimos.
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