viernes, 4 de marzo de 2016

CUANDO EL ENEMIGO SE EQUIVOCA NO HAY QUE DISTRAERLO

El error estratégico de Pablo Iglesias
Luis Arroyo

Pablo Iglesias nunca permitirá que el PSOE gobierne si lo puede evitar. Al menos no mientras sienta que tiene prácticamente la misma legitimidad que él para gobernar. El objetivo electoral de Podemos no es ayudar a los socialistas, sino sustituirlos en una batalla que no es por el Gobierno de España, de momento, sino por la hegemonía futura de la izquierda. 

A corto plazo, digamos que en junio, el afán de los cuatro grandes partidos va a estar en obtener en la próxima convocatoria electoral
 un resultado mejor que el que lograron en diciembre. Y en el caso de Podemos y el PSOE, la clave seguirá siendo la misma del último año: quién tiene más votos. PSOE y Podemos pelean a machete por liderar la izquierda que, además, es el mayor espacio electoral de España. 

Los dirigentes de Podemos, acostumbrados a trazar
 estrategias de laboratorio en las aulas de Somosaguas, dibujaron una ruta que partía de algunos supuestos: 1) Que el PSOE tendría que elegir en algún momento entre apoyar al PP o a Podemos. 2) Que Podemos debería "cabalgar" las contradicciones del PSOE, en términos del propio Iglesias. Y 3) que, agitados por el pánico de la derrota, los socialistas se romperían por dentro y empezarían a destrozarse entre sí en la búsqueda de un liderazgo nuevo. 

Todo eso podría haber pasado.
 Pero no pasó. El PSOE ha mantenido su primera posición en la izquierda, por encima de Podemos. Las contradicciones del PSOE las ha resuelto el propio PSOE en sus órganos formales e informales de decisión. Y Pedro Sánchez ha mantenido, no sin zozobras, el liderazgo del partido. 

Debe ser que Podemos
 no tenía un plan B y siguió aplicándose en su ruta prediseñada. En un movimiento tan torpe como ridículo, quiso humillar por sorpresa a Sánchez proponiendo un Gobierno absurdo, pensando que los socialistas se dividirían. Sucedió que, como la política no se hace en las aulas universitarias, sino en las agrupaciones, los socialistas entendieron la provocación como el propio Sánchez. Y como nada une más que un enemigo común, Iglesias se quedó colgado de la brocha. 

Sucedió también que Pedro Sánchez, al que han dado por muerto ya siete veces, supo jugar sus cartas. Amplió el espacio de sus aliados. Primero dando la voz a los militantes, y luego
 abriendo el diálogo a un colega con el que se entiende personalmente bastante mejor que con Pablo: Albert Rivera. Ocupó luego el espacio dejado por Rajoy, y se puso a ejercer de presidente, aunque supiera que no lo era. 

Sucedió que el propio Iglesias,
 preso de su estrategia, siguió manteniendo un relato ya inverosímil: la matraca del "usted elije, Sr. Sánchez: o Podemos o la casta". 

Y sucedió finalmente que, llevado de ese espíritu adanista y pueril tan suyo, Pablo Iglesias
 demostró el miércoles sus peores vicios. Volvió a insultar al PSOE mentando a Felipe González, que sigue siendo el sumo sacerdote del PSOE. Se encaró como un niño gamberro con Patxi López. Se dio un pico muy molón en Malasaña, que sin embargo chirría entre los trabajadores asturianos del metal. Levantó el puño, frunció el ceño en ese gesto suyo ya tan cansino, y repitió sus consignas ya conocidas. Y volvió a demostrar su ecléctico bagaje intelectual dando lecciones a Sánchez: "Cuídese de Felipe, Sr. Sánchez" y "cuídese también del naranja". Ahí estaban de nuevo sus referencias: el framing de Lakoff, Maquiavelo, Manu Chao, el cine clásico...

El error de Pablo Iglesias es aplicarse tenazmente en una estrategia que podría haber funcionado en un contexto posible (PSOE tercera fuerza política y fractura interna), que, sin embargo, no ha llegado. Y en
 no adaptarse a las nuevas circunstancias con cierta flexibilidad. 

En un par de meses le tocará al público hablar. Y si Podemos no se cuida mucho y el PSOE no lo hace mal, los electores habrán visto a dos jóvenes políticos; Pedro Sanchez y Albert Rivera, bastante presentables trabajando intensamente para dar soluciones al país, frente a
 un político dicharachero eternamente cabreado y que se dedica a poner a parir a todo el mundo, Pablo Manuel Iglesias. 

Con lo largos que son los tiempos en la Universidad, yo no sé si el profesor Iglesias va a saber diseñar otro plan, pero sospecho que con esta estrategia suya
 no superará los resultados de diciembre, sino más bien al contrario. Y yo me alegraría mucho de que los electores le bajaran un poco los humos. 


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